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viernes, 9 de septiembre de 2011 1 comentario
Hemos redactado el texto subido hace unas semanas, disparado por ciertas reflexiones, esperamos que sea algo más claro y así algunas de las críticas realizadas en los comentarios encontrarán su respuesta. 


 

La vida que se nos ofrece no nos basta. La democracia capitalista nos propone una libertad de manera formal, por escrito, que de nada sirve a la hora de decidir sobre el rumbo de nuestras vidas. Lo cierto es que más temprano que tarde vamos a tener que vender nuestro tiempo y nuestras fuerzas al dueño de una empresa, una fábrica o una institución. En ello se basa nuestra libertad: trabajar o reventar de hambre. Mientras que una clase privilegiada y propietaria tiene la libertad de vivir a costa de los trabajadores. 

No importa quien gane en estas elecciones, los problemas estructurales de esta sociedad no podrán ser resueltos por vías democráticas. A través de la democracia nos venden la ilusión de que elegimos nuestras vidas, cuando en realidad se trata de un eficiente mecanismo para ocultar que vivimos en una sociedad de opresores y oprimidos, de amos y esclavos, de propietarios y desposeídos.  Se trata de hacer creer que es nuestro es un “gobierno del pueblo”, “la gente se expresa a través del voto”, etcétera. Pero el trabajador no decide venderse en pedazos al capital, está obligado a ello.

En este juego, el gobierno no puede eliminar el capital, ni de golpe ni progresivamente, como nos quieren vender ciertas tendencias. Y ello por la simple razón de que el Estado evolucionó históricamente con el capitalismo, que para su desarrollo requiere de un aparato articulador que asegure la existencia, naturalmente conflictiva, entre unos pocos propietarios y una inmensa mayoría que debe venderse a éstos por no poseer los medios de vida necesarios.

Aquí es donde la democracia utiliza la violencia para la existencia de este orden. ¿De qué otra forma si no podría mantenerse la propiedad de los medios de subsistencia concentrada en unas pocas manos? Es cierto que la democracia incluye ciertos grados de consenso, y éstos constituyen su cara visible. Pero estos mecanismos no le bastan, cuando su control ideológico no es suficiente, el estado democrático, recurre, al igual que cualquier otro a la represión violenta hacia quienes intenten socavar su estructura de dominación.

Entendemos que debemos luchar contra las principales instituciones opresoras, operadas en el Estado, en los poderosos empresarios, contra quienes sólo somos un cuerpo del que extraer fuerzas y unos consumidores a los que venderles sus mercancías, contra las fuerzas de represión entrenadas para captar y eliminar cualquier intento de rebelión. Pero también creemos que la lucha debe ser contra nosotros mismos. Desde que nacemos estamos influenciados por ciertas tradiciones, costumbres y discursos que consideramos nocivos. En la escuela nos han enseñado a respetar a las autoridades y a la ley. De la misma manera, en el trabajo respetemos las reglas y los horarios, porque existe una coerción a veces muy sutil, que frena el desarrollo de cierta capacidad de decir «no más, hay que cambiar radicalmente todo». Pero cuando estalla un conflicto en las calles (en cualquier lugar del mundo), sabemos que hay en los hombres una innegable inclinación a relacionarse de manera cooperativa  y solidaria, nosotros encontramos ahí el germen de una sociedad verdaderamente humana.

Pero cómo… ¿No formamos parte de una sociedad realmente humana hoy? Generalmente oímos el discurso que plantea al humano como una bestia salvaje y violenta. El “hombre como el lobo del hombre” es una idea que ha impuesto este sistema de capital, de mercancías, en el que el otro es un competidor, un juego de suma cero donde unos ganan y otros pierden. En semejante guerra de todos contra todos, tiene total coherencia la organización democrática que hace bandera de individualismo y del egoísmo humano, expresados de la mejor manera a través del voto.

Esta sociedad capitalista está putrefacta desde sus cimientos. No queremos mejorarla, queremos crear una nueva clase sobre las cenizas de ésta.  Si queremos una sociedad sin dominantes ni dominados es porque creemos que los hombres y mujeres podemos vivir sin ser dirigidos, decidiendo a cada instante sobre nuestras vidas, debatiendo y reflexionando sobre el mundo que nos rodea para realizar cambios colectivos. Esa es la única forma de ser verdaderamente libres.

¡Abandonemos esa fe ilusa en el voto: a criticarlo como otra institución capitalista!

¡Por la abolición de la sociedad de clases, capitalista y miserable!

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Cualquiera Presidente

miércoles, 31 de agosto de 2011 Comments off

 

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